Emil Cerda

Winny

Yo era amigo de una prostituta, de ojos color miel, piernas hermosas, aretes de oro, bufanda escarlata, labios blancos. Me aproximé a ella, y le dije:

—Buenas noches, disculpe, señorita, ¿sabe dónde queda la Iglesia de DIOS, la treinta y tres?

—Buenas noches, caballero; sí, siga esta misma calle de largo, y luego, doble a mano izquierda.

De pronto, se estacionó un Honda Civic, del noventa y ocho, color morocho, y la inicial de su placa era el ocho. Era un Pinocho, y llevaba un bizcocho; me abrocho el veintiocho mocho, ¿masculino de panocha? Panocho.

—Mami, móntate, vamo’ allí —alcancé a escuchar desde el barrocho.

—Adiós, Rubio —me dijo, guiñándome el ojo, dejando caer una de sus tarjetas al pavimento.

La tomé, y por casualidad, era el WhatsApp de esa mujer. La psicopateé por Insta, quedamos en una anti-cita.

Al cabo de unos meses ya éramos grandes amigos, ella me contaba cuántos hombres había tenido.

—Billy Bob, ayer me acosté con uno que tiene micropene.

—Wao, mi loca, ¿y cómo le hiciste para que se le parara? —le cuestioné, enlazando su mano con la mía.

—Soy yo, Emil, ¿dudas de la habilidad que tengo para levantar muertos? —me informó, tomando mi cabeza, y besando mi frente—. No sé, Sebastián; cuando hablo contigo, Emil, me siento segura de mí misma; y, para tu información, eres el único amigo que albergo. Nunca olvides mi rostro —me dijo, mirándome de frente, colocando su dedo mayor e índice, de su mano derecha, llevándoselos a sus pupilas—, moriré pronto.

Ese día, nos dormimos juntos; ella no me cobraba, pues yo, era el que hacía que su corazón galopeara. Su piel era demasiado hermosa, era una morena extremadamente chocolatoza: con cabellos rizos, olor a fresa... sus nalgas, ¡DIOS mío! Se sentían como la cara de un bebé; ella podría tirarse una flatulencia, y olían a ella.

Su vagina Ms. Puffs, era preciosa, sabía a crema de coco. Sus labios, sus labios sabían, sin relajo alguno, a pan recién horneado. Yo le pintaba las uñas de sus manos, y de sus pies. Jugábamos parchís, ajedrez, a besos; y ella, en sus momentos de lamentos, se lanzaba encima de mí, y lloraba, diciéndome:

—Yo moriré pronto.

Un día, de camino a su casa, vi cómo su madrastra la sacaba, arrastrándola por la sala. Ella, mirándome, se reía; yo le inspiraba confianza. Winny nunca fue detectada con VIH, pero sí embarazada; y salió justo después de abandonar su carrera de meretriz, estando conmigo. Por lo que, me deja en la incógnita, ¿por qué ella murió estando preñada? ¿No pudo esperar a que naciera mi hijo? Un carro vino de frente, y la chocó (...). Ahora, vayámonos dos meses atrás:

Winny y yo, hablábamos normal, de temas con sentidos. Ella era muy sabia, sin broma, ella era muy dotada en matemáticas. Hasta me enseñaba. Y siempre decía frases que me chocaban, me ponían a pensar, y eran nostálgicas. Su sonrisa era inmaculada, pero cuando se enojaba, daba miedo; en serio, porque te decía muchas cosas, sin mencionarlas.

Me comentó, muy seriamente:

—Al cabo de dos meses, yo moriré.

—¿Y por qué? —le pregunté.

—No vas a entender —me dijo, acercándose a mi cien, agarrando mi barbilla, besándome—. Te amo, en serio; te dejaré algo importante.

Después de esa platica, como a las nueve y media, la vi montándose al coche. Corrí, llorando; y ustedes se cuestionaran: ¿por qué me apresuraba y estaba lagrimeando? Era porque los dos meses habían pasado, y ese carro, no era el de un cliente, sino el de su padre borracho, quien la había violado. Pensativo, en mi casa, tomaba un orégano de taza. Entretanto, recibí su llamada:

—Emil.

—¿Sí, Winny?

—¿Y ahora? ¿Soy tu amiga verdaderamente? —me cuestionó—, júrame esto, después de la muerte: que si conoces a una chica, dile siempre lo que sientes; no lo hagas por mí, sino por ti. También, mi padre está manejando muy rápido, quizás en unos segundos nos muramos.

—¿Qué quieres de mí, Winny?

—Sicología, eso quiero.

—¿Sicología?

—Sí, prométeme que estudiarás Sicología Clínica.

—¿Pero para qué? —escuché de inmediato lo que ella me pedía, y lo apunté en mi silla.

Alcancé a oír cómo se retiraba el sonido del teléfono, con el mío. Las últimas palabras, que de ella escuché, fueron: “Fue interesante conocerte, tener relaciones contigo, y sentirte sin abandono, como un verdadero amigo. Aquí están tus hijos, son gemelos; te lo repetiré de nuevo, Emil: todo mi intelecto, te lo pasé a ti, ¿y cómo? Revisa tu bolsillo —el cual revisé con prontitud—, ahí hay una pastilla, bébela —brincó en mí el entusiasmo, y lo hice, sin necesidad de un líquido—; si estudias, sólo da tu diez por ciento; hazte el estúpido siempre; ama, perdona y vuelve a amar; y siempre, recuerda: no todas las prostitutas son vírgenes”.

Al día siguiente, salieron en los periódicos, la noticia de un accidente automovilístico donde había una jovena embarazada, y un adulto. Me descontrolé, maldije a mis sentidos... fui a su velorio, y me dieron el permiso para hablar, a lo que lo único que salió de mí, fue: “Yo moriré pronto”. Me le acerqué, y besé el cristal por encima de su efigie. De la nada, me le quedé mirando, y sonrió; no sé cómo diablos; se estaba burlando de mí, comencé a llorar y a gritar, y me apartaron de aquel lugar. ¡No puede ser, Winny, que no he podido dormir por ti! O sea, ¿los demonios que me hablaban a mi espalda, mientras yo descansaba, eras tú, cierto?

Hasta el día de hoy no he dormido solo. Ya que la única que vez, que lo hice, fue en el cementerio, al lado de tu cruz.

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