Fui caminando a la ONDA, para así retirar mi diploma por haber registrado mi obra. Dos mil válvulas de vacío, me costó. Acronoslogía Hermética era la expresión de muchos analfabetos. Pero, ¿quién soy yo? Te lo diré en estos páramos:
Un pana mío, llamado Calzado, y yo, fuimos a esos periódicos de lamentos. Entrevistas después de un famoso atraco en la Veintisiete. También, comentarios toscos de muchos de ellos para mí. Pero lloré, porque lejano de la entrevista con Sarah Hernández, vi a unos chamacos, en la Feria del libro, sentados en la grama; uno de ellos, parado, estaba recitando un poema suyo (supongo), con un altavoz blanco.
Y yo, de lambón, seguí de largo, pero estaba llorando, ya que no les puse caso. Así, le tiré a Frank Báez para poder encontrarme con él; y yo, de lambón, le supliqué. Fui a esa televisión, y me dieron un e-mail; y yo, de lambón, lo tomé. Estaba hablando con mi amigo Manolito, un muchacho que se sienta a pedir limosnas preciosas, en el puente de la Veintisiete con Gómez; y yo, de lambón, me senté a reír con él. Me inició a gustar una chica, la cual se reservaba; y yo, de lambón, le hablaba. Le escribí una carta a un director de un periódico, él me comentó que yo le admiraba; y yo, de lambón, le esperaba. Caminaba sin rumbo, la universidad estaba cara; y yo, de lambón, me lamentaba. Ya no me pajeaba, mi libido estaba debajo de mi cama; y yo, de lambón... ni se me paraba.
Ya yo estoy harto de tantas andróminas dominicanas; Andreina, mi hija, me reclamaba:
—¡Papá, hay leche debajo de mi cama!
Y yo, de lambón, me burlaba. Alondra, una ex-amiga mía de Las Américas, me dijo que me iba a tirar un guan-guan, porque no se lo mamaba; y yo, de lambón, me quedaba sin habla. Yo, siendo misántropo, asocial, noctámbulo y satiriasido, salía a jugar Vitilla con lo muchacho; y yo, de lambón, le daba al paso.
En esos días, estaba besando a un grillo de La Ureña; un cómeme, recién salido de una cisterna. Le mensajeé a Yunel, y le mencioné: “Creo que tengo ladilla”. Y yo, de lambón, me rascaba con la silla. Intercambié lentes con Juan Miguel; y yo, de lambón, me quedaba poco inteligente.
Muchos se preguntan que qué tiene de malo ser un escritor del siglo XXI; y yo, de lambón, digo que mucho. Fui a mi terapia, a donde mi tía Ruth Lidia; estaba llorando, y yo le decía:
—¡Es que el bajo a boca salía...!
Ella se mordía los labios, me ponía sus manos en mi antebrazo; luego, en mi postbrazo, me apaciguaba, dándome manoplazos; y yo, de lambón, lloraba por el guantazo.
Por más que te esfuerces en escribir, en dejar atrás a Trinity, ella volverá a ti; porque ni tres pudieron hablar de ti, ¿o sí, Emil?
“Eres un escritor bueno”, decían; “Es hijo de Nelson”, decían; “Es un felacionista”, decían; “Copión de Gongorilla”, Quevedo decía; y yo, de lambón, nada decía. Guardo en mis medias, mi pasaje, mientras voy en mi viaje; es por si me atracan, así no paso vergüenza en la calle.
—Me refiero a la redacción de ensayos para el lector común. Si usted lee cualquiera de mis contribuciones podrá observar que la profundidad de las ideas no tiene que ver con palabras rebuscadas, sino en la capacidad de transmitir un pensamiento de forma coherente. No hay que estudiar periodismo para eso. La simple lectura de buenos textos de ensayo, de novela, etc., le dan la base para comunicar de forma coherente, amena y sencilla. Haga la prueba. Es un magnífico entrenamiento.
Cuando leí eso, de ese director de ese periódico, me reí lleno de rabia. ¿Palabras rebuscadas? Ni Quevedo le hizo esa indirecta a Góngora, en España. O sea, ¿usted me está diciendo a mí, que yo pongo términos arcaicos o casi no usables, sólo por parecer más intelectual? No es mi culpa ser culterano, ignorante. Usted es un Quevedo, que por lo que veo, su historia del culo le quedó muy feo. Me ocasiona irrisorio de muchos rocíos, y roceo con el ápice de mis dedos, en su nudillo, mi gramática de Nebrija, ¡usted es mi hijo! ¿Me subestima? Yo no subestimo a nadie, ya que a nadie le entrego mi autoestima; es mejor que se retire, niña, porque su periódico verde será reemplazado por las hojas llenas de mierda, de Elías Piña.
¡El periódico de la Española! Es barato, no cobra si un centavo; mire, coronel y abogado, la ley de mis poemas, dice: “Todo mamagüebo periodista dominicano, que dice ser leal a la vedad, y si es del Cibao... y no cumple sus dicciones prometidas por su boca de desamparo, le respalda la ley de Amparo: volverse maricón, dejárselo meter por un gay de la Gasset, y tener ETS por descuidado. Bajo este artículo, si le queda el culo, pues que deje caer el jabón en la cárcel de Najayo. En conclusión: su periódico, métaselo por el colon, y pregúntele a Colón por qué nos robó tanto oro”.
¿Ahora entendió por qué leo el diccionario? ¡¡¡Porque no me quedo limitado, como usted, que sólo conoce el sinónimo de nacer, mientras que yo, sé cientos de sinónimos de herejes como usted!!! Le echo a Sarah Hernández, como periodista, ella tiene el poder de hacer vida, usted, el de embalarse y dejar el semen. Esa es la diferencia entre ella y usted: ella cumple su palabra, y usted: “¿Tú grabas con una cámara? Yo te la compraré. Espera la llamada, te llamaremos”. Y nunca llamó, maldito calvo abogadillo.
Son mil catones a lo justo, junto con el título de este acápite. ¿Le enseño mi talento?
Ok, iniciemos:
Mi mami Dámaris, era una catarsis; mi mimador aún caerá en una Diamantis. Aida Cartagena Portalatín, era ajena a todo latín que portaba. Era de Espaillat, como usted, sólo que ella sí tenía talento; usted lo vociferaba.
Me pasé de seis, ¿esto es un cuento o un relato? Sólo dale a re-play, o si no, léelo al revés; ya que el envés de este relato, parece tres; él en vez de ver, se quedó con la incógnita de saber, de que es un discurso al... “sigue así, Emil Cerda, pronto todos te van a reconocer”.