Era un tren con banderas
Aquel tren de mi pueblo; un tren hermoso
Como esos trenes hondos que aran la quemadura
De la imaginería popular; tren compartido,
Mínimo y desolado por entre cordilleras,
Por entre atajos, por entre donde brotan
Los pañuelos de adiós del horizonte.
Era un tren con banderas.
Cuando avanzaba solo
Como arisco alazán por la pradera,
Era una clara y lenta respiración del aire,
Centella imaginaria de Luna y aguacero,
Una fiesta ligera de infancia y de colores;
Volaba el viento norte sobre sus ventanillas,
Sus medas fulguraban sobre espuelas de rieles,
Su silbido era un canto de pájaro de fuego.
La cruz del sur, caída,
Viajaba en sus furgones. Y lo demás: los frutos
Radiosos de la tierra; el violento verano
Cernido en los maizales, los arrieros
De las fronteras, el grito seco de las plantaciones;
Todo se acumulaba en sus vaivenes: la resolana de enero,
Rostros cetrinos y guitarras hondas,
Cántaros con serpientes, fugitivos callados,
Embarazadas, brisas, bandoleros.
Era un tren con banderas.
El Paraguay entero
Cabría en sus vagones, su violencia
Y su encendida música; cabrían sus silencios
Y su desamparado destino, el afán soterrado
De libertad, su cruz y sus crucifixiones,
La madera olorosa de sus montes cerrados,
Su profunda y amarga masticación de muerte.
Era un tren con banderas
Y ojos abrasadores; tren orlado
Por historias de guerra y rebeliones,
Tren cruzado de gritos altos y lejanías,
De sombra y naranjales; una llama
Prendida sobre un vértigo dorado,
Un tren de lumbre y alba sobre una tierra en celo.
Aquel tren de mi pueblo solitario y profundo,
¡Era un tren con banderas!