Las sombras tenían un brillo distinto,
las piedras cantaban bajo mis pies.
Los árboles daban suspiros al viento,
y el cielo lloraba cuando lo miré.
Las letras nacían en gotas de tinta,
desnudas, frágiles, llenas de luz.
Se alzaban, danzaban, pintaban los días,
trenzaban los hilos de mi inquietud.
Después de escribir, el mundo me hablaba,
las olas decían secretos al sol.
Los rostros sin nombre tenían historias,
los ríos cantaban su propia canción.
Y así comprendí que en cada palabra,
hay un universo por descubrir.
Que en cada poema, el alma se ensancha,
y el mundo, de pronto, empieza a latir.