Te observo tras el velo del hastío,
tus labios dictan un adiós tajante,
y aunque mi corazón clama constante,
tu voz congela el fuego que es mío.
Intento descifrar este vacío,
tu frío se convierte en mi semblante;
ya no hay refugio cálido o amante,
solo ecos que susurran el desvarío.
Renuncias a la luz que en mí brillaba,
deshaces el futuro que soñaba,
dejándome atrapado en la marea.
Y aunque el alma en silencio aún te anhela,
me aparto con mi pena que no cela,
pues amar a quien huye, no se desea.