Te miro
y algo en mí se calma.
Como si tu presencia
ordenara el caos que llevo dentro.
No necesito que hables.
Tu silencio me abraza
como un refugio
que aprendió a leer mi sombra.
Tu risa—
ah, tu risa—
es verano en mitad del invierno.
Y cuando me nombras,
lo haces con una voz
que parece inventarme de nuevo.
No sé si lo sabes,
pero cuando te acercas,
mi piel florece.
No por deseo solamente,
sino por esa forma tuya
de estar...
tan presente,
tan real,
tan tú.
Y si alguna vez te preguntaste
dónde habitas,
te lo digo:
en el lugar donde guardo lo más tierno.
Lo más mío.
Y sí,
te amo.
No como se ama con cadenas,
sino con raíces que no aprietan,
solo sostienen.