La alarma suena, comienza el derrotero,
el café amargo despabila el día,
la calle bosteza con monotonía,
y el reloj empuja al mismo sendero.
Se vive al compás del sueldo austero,
contando monedas, con calma y porfía,
soñando un futuro que nunca sería,
atados al miedo, presos del “quiero”.
La vida se cuela entre citas y tasas,
entre el ruido sordo de la oficina,
donde los sueños se vuelven comparsa.
Pero aun en medio de la rutina fina,
una sonrisa o un gesto sin farsas
rozan el alma y la vuelven genuina.