El viento mece susurros de ámbar,
hojas errantes que huyen del tiempo.
Una brisa, apenas un tacto,
se disuelve en la ausencia de un eco.
Bajo la luna, la sombra es incierta,
se alarga en caminos de olvido,
y el alba desnuda los restos de un sueño
que nunca aprendió a florecer.
Las horas dibujan su danza de escarcha,
invierno en los labios del alma dormida,
y un último verso, sin dueño ni rastro,
se pierde en la piel de la brisa.