Sin despedirse
Anoche tropecé con tu recuerdo,
en el bar donde ahogamos las promesas,
y entre copas y un par de malas juegas,
me cantó la luna un tango traicionero.
Ando huérfano de excusas y de suerte,
colecciono soledades en mi abrigo,
voy besando las aceras del olvido
mientras fumo los suspiros de la muerte.
Las calles me saludan con desgana,
las farolas se han cansado de alumbrarme,
y en el humo de un cigarro de segunda
se me escapa la verdad como un fantasma.
Yo, que fui el poeta de tus madrugadas,
el ladrón de las llaves de tu risa,
soy ahora un vagabundo en tu cornisa,
un susurro que se esconde entre almohadas.
Ya no queda ni el perfume de tu ausencia,
ni el resquicio de un adiós mal dibujado,
sólo quedan las canciones que, a tu lado,
recitábamos con falsa resistencia.
Pero no me pidas tregua ni rescate,
que en las guerras del amor todo es mentira,
y aunque a veces la nostalgia me delate,
no hay final feliz en esta despedida.
Al estilo de Sabina
