Ayer hicimos un castillo en la playa. Uno enorme. Espectacular.
Lo pasamos bien.
Cuando nos marchábamos de la playa mi hijo me dijo que le daba pena que el mar lo fuera a destruir.
Normal. A mí también.
Y, sin embargo, esa es la esencia de la vida:
Permanente impermanencia.
Nada permanente salvo el cambio.
Podría seguir con frases de oferta, pero creo que entiendes a qué me refiero.
Antes o después, lo que haces desaparecerá y lo que te pasa pasará.
Lo bueno y también lo malo.
Sea lo que sea, eso también pasará.
Es así y está bien.
¿Entonces nos hacemos nihilistas militantes?
No. No hace falta.
De lo que se trata es de disfrutar haciendo el castillo de arena.
No de que se quede ahí para siempre.
La impermanencia es el mejor invento de la vida porque permite que la vida evolucione, se regenere y mejore.
Si cada castillo que hiciéramos se quedase para siempre no habría hueco para nuevos castillos.
Cuando tenemos sensación de falta de tiempo en realidad lo que nos pasa es que no estamos haciendo el castillo que queremos.
Es sólo eso.
El tiempo es un regalo que nos da la vida para emplearlo en hacer algo con propósito.
Cuando usas el tiempo para lo que lo tienes que usar estás en paz.
Aunque te quede el castillo más bonito del mundo y sepas que el castillo mañana desaparecerá.
Aunque nadie te aplauda nunca por ese castillo.
Aunque se te caiga una pared mientras lo haces.
Lo esencial es usar el tiempo para hacer el castillo que quieres hacer