Si alzase el rostro el grave don Diego,
y el polvo sacudiese de su frente,
vería al mundo en tinta y fuego ciego,
y en cada rostro un eco decadente.
No hallar hallara en trono ni en espejo
la imagen fiel de reinas o de dioses;
sino en la red—laberinto sin techo—
las vanidades, máscaras y voces.
¡Ay, si sus ojos claros nos mirasen!
Vería en píxeles la carne muerta,
en cada “me gusta”, ruinas que arden,
y en cada alma, una estancia desierta.
Quizá su mano, cansada de gloria,
tomara el pincel con gesto severo,
y pintaría, en sombra transitoria,
la muerte viva del siglo ligero.