Si te esperara, amor,
los trenes correrían hacia su polvo
y las torres más altas bajarían la frente
como si el viento las llamara madre.
Si te esperara,
la lluvia misma tendría miedo de mojarme
y en los parques, las estatuas
se taparían el rostro con la piedra.
Pero no, amor,
no te espero ni te aguardo.
Me siento en las sillas que otros dejan
y hablo con los perros de la calle
como si fueran dioses
olvidados de su cielo.
Si te esperara,
el pan se haría ceniza en la boca,
el aire se volvería un muro
y los pasos me regresarían siempre
al mismo sitio:
un reloj sin manecillas,
una lámpara sin noche,
una mano sin temblor.
Y aún así, amor,
te espero.