En la noche de San Juan,
bajo un cielo de estrellas,
un joven enamorado
a su amada le declara:
“Dispuesto estoy por usted
por la ventana saltar,
y si el destino lo exige,
el Titanic rescatar.”
Ella ríe, incrédula,
desafiando su ardor:
“Pruébame tu valentía,
demuéstrame tu amor.”
Él, sin dudar un instante,
hacia la ventana corre,
pero ella, asustada ahora,
lo detiene con un grito.
“No necesito proezas,
ni gestos desmesurados,
solo tu amor verdadero,
y tus brazos a mi lado.”
En esa noche mágica,
entre risas y suspiros,
aprendieron que el amor
no se mide en sacrificios,
sino en la simple presencia,
en los momentos compartidos,
en la mirada cómplice
y en los sueños construidos.