Poetizar es un canto que nunca se apaga,
un río de palabras que busca su fin,
un eco en la penumbra que siempre se embriaga,
la música escondida del viejo jardín.
Escribir es un viento que abraza la bruma,
un faro que palpita en la soledad,
la rima que ilumina la eterna penumbra,
el grito que despierta la eternidad.
Cada verso es un puente de sueños callados,
un hilo que conecta lo que ya se fue,
la voz de lo perdido, sus ecos velados,
un pacto con el alma, un antiguo “sé”.
En la danza del tiempo el poeta se aferra,
cantando lo irreplaceable del ayer,
sus palabras son llamas que abrazan la tierra,
un mantra que revive y no deja de ser.