Eran hijos del viento y del ensueño,
de un sol que ardía en páginas doradas,
con alma errante y paso sin dueño,
desgarrando certezas ancladas.
No vivían en horas contadas,
ni en muros de piedra o destino,
sino en brisas de tierras soñadas,
siguiendo un ideal divino.
Sus sombras no eran de este suelo,
ni sus voces de un solo cantar,
iban libres, mirando al cielo,
sin tiempo al que regresar.