En los ojos del joven arde la llama,
fugaz, impetuosa, inquieta y sin calma.
Es fuego que danza, que lucha, que anhela,
destellos de sueños que el alma revela.
En los ojos del viejo brilla la luz,
serena, profunda, de dulce virtud.
Es faro en la niebla, es sabia caricia,
el eco dorado de toda una vida.
La llama se enciende, la luz la acompaña,
dos almas distintas, la misma montaña.
El joven avanza, el viejo contempla,
y el tiempo, callado, sus huellas templa.