(Silencio. Una figura se inclina sobre un ataúd. La voz del padre, quebrada, emerge entrecortada por la tristeza, a veces como un susurro, a veces como un grito contenido.)
¿Por qué tú...?
De todas las vidas que caminan este mundo... ¿por qué tú, hijo mío?
(Da un paso atrás, sus manos temblorosas se cubren el rostro. Vuelve a mirar el cuerpo inerte.)
Te ves tan tranquilo. Como si estuvieras dormido, como si en cualquier momento fueras a abrir los ojos y burlarte de mí por llorar.
Pero no es un sueño, ¿verdad? Yo sé que no es un sueño... ¡Es una pesadilla de la que no voy a despertar nunca!
(Se sienta frente al ataúd, con la mirada fija.)
¿Sabes qué es lo peor? Que todavía te escucho. Tu risa, tus pasos corriendo por la casa, tu voz llamándome. Como un eco que se niega a apagarse. Esos recuerdos me queman, hijo, porque sé que nunca voy a tener nada más. Nunca voy a saber cómo hubieras crecido, qué sueños habrías perseguido, a quién habrías amado...
(Se inclina hacia adelante, acaricia con torpeza la madera del ataúd.)
Me prometiste que serías fuerte. Siempre me decías eso: “Papá, no te preocupes, yo puedo con todo.” Y yo te creía... pero la vida no fue justa contigo, hijo. Ni conmigo. Porque yo también debía protegerte, ¿no? Ése era mi trabajo. Mi responsabilidad. Y fallé.
(Pausa larga. Respira profundamente, como si estuviera ahogándose en su propia pena.)
No sé cómo se sigue después de esto. Me dicen que el tiempo cura, que las heridas se cierran, que uno aprende a vivir con el vacío... pero, ¿cómo se aprende a vivir cuando el corazón ya no late igual? Cuando la mitad de tu alma se ha ido con alguien que no volverá...
(Se levanta, camina de un lado al otro, agitado.)
Quisiera gritarte para que vuelvas. Quisiera abrazarte tan fuerte que la muerte no pudiera arrancarte de mis brazos. Pero aquí estoy, solo, hablando con un cuerpo que no puede responderme, con un silencio que me devora.
(Su voz se quiebra, y vuelve a sentarse. Ahora habla más bajo, casi en un susurro.)
Te prometo que no dejaré que te olviden. Te prometo que llevaré tu risa conmigo dondequiera que vaya. Y que, aunque la vida no tenga sentido sin ti, seguiré caminando. Por ti. Por todo lo que no pudiste vivir.
(Llora. El sonido de su sollozo llena la habitación.)
Descansa, mi niño. Si hay algo después de esto, si hay algo más allá, espérame. Porque cuando me toque a mí, volveré a ti, y no volveremos a separarnos.
(El padre acaricia el ataúd por última vez, se levanta y se marcha en silencio, dejando tras de sí el eco de su amor y su pena.)