Mi madre era una tromba
Mi madre era una tromba desatada,
un viento que arrasaba los caminos,
tronaba sus verdades, los destinos,
y el mundo se rendía a su pisada.
De furia y de ternura estaba armada,
sus manos construían los destinos,
sus ojos, dos abismos cristalinos,
quemaban con su luz desenfrenada.
No había tempestad que la contuviera,
ni muro que detuviera su empeño,
su fuerza era un clamor, un alma entera.
Hoy miro su recuerdo y me despeño,
pues dejó en cada gesto su bandera,
y en mi sangre su brío en pequeño.
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Mi madre era una tromba inagotable,
que alzaba su poder en torbellino,
su voz rugía fuerte en el camino,
su paso era veloz, inalcansable.
Fuerza viva, pasión inquebrantable,
de amor y tempestad marcó el destino,
desbordando su ímpetu divino,
su esencia, un huracán inolvidable.
Llevaba en su mirada mil secretos,
y en su risa, relámpagos fugaces,
que alumbraban mis miedos más discretos.
Hoy vive en los rincones más tenaces
de mi alma, entre ráfagas y vientos,
eterno su calor en mis enlaces.
