Llevo en los labios
el sabor del río que nunca cruzamos,
ese cauce de horas
que nos sostuvo como un abrazo de viento.
La memoria es un eco en el agua,
un murmullo que intenta pronunciar
los nombres que olvidamos decir.
¿Dónde escondimos los días?
¿En qué rincón del aire
se apretaron nuestras manos sin despedirse?
Las estaciones nos cruzaron como aves
que apenas rozan el horizonte.
Yo te busqué en el reflejo de la lluvia,
en la sombra leve de las cosas que dejamos.
Hoy soy la ceniza
de un incendio que no ardió,
un silencio amontonado entre papeles,
el peso blando de la ausencia
que el tiempo amarra a mi costado.
Pero el río sigue,
y en su corriente me encuentro:
no como quien regresa,
sino como quien nunca se ha ido.