Aunque tus pasos se hayan detenido,
y tu voz ya no resuene en mi oído,
sé que tu espíritu aún está conmigo,
aguardando el momento del reencuentro.
Cuando el sol se oculta y cae la noche,
percibo tu presencia en cada broche
de luz que ilumina mi camino,
guiándome hacia nuestro destino.
En el silencio de la madrugada,
siento tus caricias, suaves y pausadas,
reconfortando mi alma acongojada
con la promesa de tu eterna mirada.
Aunque el velo que divide este mundo
del tuyo parezca un abismo profundo,
sé que un día volveremos a encontrarnos,
y en un abrazo eterno, a reencontrarnos.
Pues nuestros lazos trascienden la muerte,
más allá del dolor, la ausencia y la suerte.
Nuestras almas, unidas para siempre,
volverán a brillar, juntas y siempre.