Ángel, tu voz es rocío
que despierta mi desvelo,
un susurro azul y frío
que me alumbra desde el cielo.
Llega a mí como la brisa,
como un río que en su canto
se disuelve en la caricia
de un olvido manso y santo.
Yo, en la sombra, tú en la altura,
separados por la herida
de esta tierra que es amura
entre el alba y la caída.
Tú eres llama, yo ceniza,
tú eres paz, yo desconsuelo;
mientras subes, yo agonizo
prisionera de este suelo.
Mas si en ráfagas divinas
tu fulgor viene a buscarme,
que tu voz, como en neblinas,
me convierta en luz al darme.