En la penumbra incierta respira tu destello,
pebetero que ardes con fuego fatigado.
Tu llama es un susurro que busca el alto cielo,
un grito tenue y puro, por sombras abrazado.
Se curva en su ascensión, temblando en lo invisible,
como un alma cautiva que ansía ser eterna.
Es luz que, en su flaqueza, devora lo imposible,
cual sueño que persiste donde la noche gobierna.
El aire, leve y frío, la danza acaricia,
y el fuego, en su lenguaje, murmura mil desvelos.
Escribe con su brillo lo eterno en la ceniza,
y en su fulgor se pierden memorias y anhelos.
Oh, luz del pebetero, guardián de lo secreto,
tus llamas son un signo que nunca se detiene.
Eres farol del alma, su anhelo más discreto,
y en tu fulgor perenne, la vida se contiene.