Se han ido, los últimos maestros,
los últimos cantos que tejieron la piel de los días.
Dejan su voz flotando en los corredores vacíos,
donde el eco es apenas un susurro de polvo.
Yo sigo aquí,
habitante de un tiempo que no cesa,
escarbando en papeles ajados,
en tratados que prometen futuros
y guerras que nunca terminan de arder.
Firmo pactos, leo manifiestos,
la mesa se llena de urgencias
mientras la historia dibuja su rostro
con la tinta de siempre.
Pero hay un hueco,
un anhelo sin nombre
que no cabe en las agendas.
Busco en las calles,
en los patios donde aún juegan los niños,
en los ojos de quienes esperan.
Anhelo hallar un rostro,
una risa,
una semilla
que no tiemble en la sombra,
que respire este tiempo
sin miedo,
sin tregua,
sin la herida constante
de lo que no debió ser.