Brotan tibios los hilos de un río sigiloso,
desnudando en las sombras mi llanto clandestino.
Se deslizan mis penas con paso silencioso,
y el agua, compasiva, me sirve de camino.
Las murallas de azulejo, frías e impasibles,
son testigos de un duelo que nadie conocerá.
Se disuelven los miedos, secretos invisibles,
como gotas errantes que el suelo besará.
Aquí nadie pregunta, ni inquiere, ni condena,
aquí el sollozo es libre y se funde en la brisa.
Cada lágrima es niebla que el agua desenreda,
y en su danza se torna caricia que desliza.
Y al cesar la cascada que entona su lamento,
queda el alma vacía, pero también ligera.
Pues si el agua consuela y arropa con su aliento,
que me llueva por dentro hasta la primavera.