Bajo un cielo de zambas y coplas,
en la tierra que canta su fe,
Cosquín se despierta en la noche
con un duende que danza en su piel.
Son nueve las lunas que alumbran
el cauce del río y su voz,
que en un eco de bombo y de quena
se alza en un grito de amor.
La primera, de un alba dorada,
la segunda, de un fuego sutil,
la tercera, en la piedra tallada
con el alma de un viejo jazmín.
La cuarta se viste de coplas,
la quinta es de viento y de sol,
la sexta es un canto de estrellas,
y la séptima... es pura emoción.
La octava retumba en los cerros,
como un trueno que abraza la cruz,
con su canto de siglos despierta
los secretos del pueblo y su luz.
Y la última, la luna más grande,
es el alma del río y la paz,
es el canto inmortal que en Cosquín
nunca deja de resucitar.
¡Que se enciendan las lunas coscoínas!
¡Que resuene en el monte su luz!
Que en la danza de un pueblo que canta
se eternice al compas y el trasluz!