El hielo centellea como un río de espejos,
y John, con su elegancia de cóndor en el viento,
desliza su destino con ágil movimiento,
dibujando en la pista mil giros y reflejos.
Sus patines relucen con filo de diamante,
la música lo envuelve en ritmo y armonía,
mas siente que la suerte le juega su osadía,
pues el destino es hado de pulso vacilante.
Un salto, una pirueta, la gloria en su mirada,
el mundo se detiene, la hazaña se consuma.
Mas un crujido ahoga su sueño en la penumbra,
y cae como estrella fugaz en la nevada.
El hielo lo recibe con beso traicionero,
su cuerpo se estremece, vencido en la caída.
Pero alza la mirada con furia renacida,
pues sabe que la suerte se doma con esmero.
Y así, con paso firme, se yergue nuevamente,
el viento lo acompaña, lo empuja en su regreso.
Con alma indomable, con fuego en cada hueso,
John baila con el hielo y vence al accidente.