Enamorarse es crear una religión
cuyo dios es falible y titubea,
un altar de sombra y de centella
donde arde incienso y contradicción.
Es plegaria dicha en carne viva,
es un credo escrito sobre arena,
una fe que en lo incierto se sustenta
y en lo frágil erige su catedral.
Dios de manos tibias y de labios torpes,
de promesas que el viento desenreda,
de milagros breves, casi efímeros,
que en su ruina revelan su verdad.
Y aún así, nos postramos sin reservas,
sin temor a la duda ni el abismo,
porque amar es creer sin certezas
y perderse en un dios que no es dios, sino humano.