El pan aún tibio
desprende su aliento dorado,
llenando la casa
de una calma antigua.
La mesa espera,
con sus platos blancos
y el agua quieta en los vasos,
reflejando la luz
que entra oblicua por la ventana.
Nada sucede,
y sin embargo,
todo está en su sitio:
la mañana pausada,
el aroma a trigo y hogar,
las manos que pronto
partirán el día en migas.