No es que el amanecer sea mejor que el atardecer,
es que son cosas distintas,
como el primer suspiro de la aurora
y el último aliento del ocaso.
El amanecer es un latido recién nacido,
un temblor de luz en el pecho del alba,
una promesa escrita en oro
sobre las manos frías de la noche.
El atardecer, en cambio, es la entrega,
el incendio lento de lo vivido,
la piel del cielo que se enciende y arde
antes de hundirse en su propio sueño.
No es que el amanecer sea mejor que el atardecer,
es que uno es principio y el otro es pausa,
y ambos, como versos de un mismo poema,
dibujan la eternidad en su instante.