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Elideth Abreu

Hola y adiós, Sabina

 
 
Se apaga el canto de la vida,
el trovador cierra su historia.
Su voz, de amor y de bebida,
se va entre sombras y memoria.
 
De bar en bar, de piel en piel,
cantó verdades y pecados.
Su noche ardió como un clavel,
dejando versos desvelados.
 
Madrid le llora en un suspiro,
Buenos Aires le brinda un vino.
Se va sin prisa, pero en giro,
su eco persiste en su destino.
 
No es un adiós, es un “te espero”,
en cada acorde, en cada esquina.
El tiempo es frágil y viajero,
pero eterno será Sabina.

Se apagan las luces, la gira termina,
Jaime se marcha con su voz divina.
Un viejo pirata de mares inciertos,
dejando canciones en labios abiertos.

“Hola y adiós”, susurra el poeta,
brindis de vino, guitarra inquieta.
Se va con su furia, con su madrugada,
con versos que suenan a copa gastada.

Madrid le llora, Buenos Aires calla,
México entona su última balada.
De España a América, paso tras paso,
deja en el aire su eterno abrazo.

Que nadie le llore, que nadie le olvide,
su voz es un río que nunca se divide.
Se va con su humo, con su carretera,
con todas sus noches de luna embustera.

Sabina se marcha, guitarra en la mano,
pero su eco será soberano.
“Hola y adiós”, canta en el viento,
un adiós que suena a eterno encuentro.

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