Gardel, nombre que danza en el tango,
silueta marcada en el polvo del tiempo.
El Morocho del Abasto, eterno y franco,
voz que aún rasga el aire en su aliento.
Nació del arrabal, de su entraña herida,
con un canto dolido y un paso de fuego.
La noche lo abrazó, su amante furtiva,
y el barrio lo hizo leyenda y sustento.
Gardel morocho de ojos enlutados,
te cantaba el amor, el olvido y la pena.
En cada milonga, su verso encantado,
tejía nostalgias con hilos de arena.
Su voz, espejo del pueblo callado,
del cuchillo y el mate, la esquina, el baldío.
El Abasto lo vio partir, desgarrado,
pero en cada bandoneón resuena su brío.
Gardel, ¿acaso las estrellas te escuchan?
¿Acaso los tangos susurran tu nombre?
Eres tiempo inmortal que nunca se muda,
Eres mito en la noche, un eco del hombre.