Te deseo como la noche desea al trueno,
urgente, imparable, sin retorno.
Eres tempestad que arde en mis venas,
y yo, naufragio voluntario en tu mar furioso.
Cada vez que te pienso,
mi piel se quiebra como vidrio al sol,
y tu nombre se convierte en incendio
que recorre mis huesos sin tregua.
Nos amamos sin reglas,
como bestias que conocen el idioma del relámpago,
devorándonos en el borde mismo del abismo,
allí donde la piel se vuelve promesa rota.
Tu boca es la daga que me hiere
y también el bálsamo que redime.
En cada caricia tuya habita el vértigo,
en cada beso, la certeza de morir y renacer.
No somos cuerpo, somos deseo encarnado,
fuego que no pide permiso,
llama que no sabe de límites ni futuro.
Aquí, ahora, en esta hora rota,
somos ceniza y somos viento.