Arde en mi pecho un sol que no reposa,
un fuego que en tu piel halla su abrigo,
y quema con fulgor dulce y amigo
como la luz que besa a cada rosa.
Tus labios son la llama luminosa
que incendia sin piedad cuanto persigo,
y en su calor me pierdo, sin testigo,
como la brisa en danza temblorosa.
No temas si la noche nos condena,
que arde nuestro amor, fuerte y divino,
y el tiempo no podrá jamás romperlo.
Que venga el mundo a ver si nos envena,
pues todo lo que existe es un destino:
morir en este fuego o en su anhelo.