Majestuoso, el tiempo se aquieta en tus muros,
oh, Alcázar antiguo, labrado en su fulgor,
como un eco remoto de días oscuros,
testigo de siglos de gloria y dolor.
Tus patios de mármol susurran leyendas,
con fuentes que cantan al cielo español,
y en cada azulejo el recuerdo se encienda
de un pueblo que mezcla pasión y control.
Las sombras moriscas danzan en tus arcos,
como el viento errante que viene del mar,
y un aroma a jazmín, con paso muy largo,
recorre las noches sin nunca acabar.
Tus torres aún guardan los gritos lejanos
de sultanes altivos y reyes cristianos,
pactos de amor y traición se entrelazan
en la historia viva de este pueblo extraño.
Mansión de los sueños, rincón de fronteras,
donde Oriente y Occidente se van a encontrar,
tu esencia perdura, más allá de eras,
un canto perdido que vuelve a sonar.
En ti, la memoria del mundo palpita,
como el agua quieta en un manantial,
y el tiempo se rinde ante tu infinita
belleza velada, serena y mortal.
Oh, Alcázar inmenso, eterno y profundo,
en ti se reflejan la vida y la muerte,
pues nada es más cierto en este mundo
que el paso de los días, y nuestra suerte.