Aquí me ves, hombre de carne y sueño,
con mis virtudes tan leves y escasas,
y mis errores, que en su cruel empeño,
me siguen como sombras tenaces y bajas.
Soy un mar inquieto que nunca reposa,
un campo baldío de dudas y azar,
un alma que busca en vano otra cosa,
y al hallarla, pronto la deja escapar.
Me arrastro entre luces que a veces ciegan,
creyendo en promesas que no han de cumplir,
y en noches sin rumbo mis pasos se entregan
a sendas que llevan al mismo morir.
Voy tras la verdad, aunque nunca alcance
el límite esquivo de su realidad;
y en mi mente errante el dolor se abalance,
saboreo el miedo, el odio y la paz.
Soy la voz que juzga, aunque nada entiende,
el juez implacable de un mundo imperfecto,
que a cada caída otra ley enciende
para castigar lo que yo desecho.
Y así vivo, hombre, hecho de cenizas,
con un alma errante, quebrada de fe,
sabiendo que el tiempo pronto desliza
el fin de la historia que nadie ve.
Este hombre, aquí estoy, desnudo y frágil,
frente al espejo que no quiere mentir:
soy todo y soy nada, efímero y ágil,
un rayo que pasa y vuelve a partir.