Oh Esperanza, faro que no se apaga,
brilla en la noche de almas cansadas,
promesa eterna, susurro divino,
paz en la senda del último destino.
En la Nueva Jerusalén, ciudad sagrada,
donde fluye el río de aguas plateadas,
las calles de oro, los muros de alabastro,
cantan tu nombre en un coro vasto.
Tu voz es un canto de estrellas y auroras,
que anuncia un día sin penas ni horas.
Allí el dolor, cual sombra pasajera,
se disuelve en luz, en calma primera.
Eres el puente entre tierra y cielo,
la fe que sostiene en cada desvelo,
la llama encendida en corazones,
la guía a un reino sin más prisiones.
Oh Esperanza, en tu abrazo eterno,
reside el eco de un cielo moderno.
En la Nueva Jerusalén, gloria infinita,
eres la vida, la luz, la cita.
Allí no hay llanto, ni duelo ni guerra,
solo un amor que todo encierra.
Esperanza, eterna compañera,
en la Jerusalén, la promesa certera.