Escribir es desandar los caminos,
volver al eco de lo que se ha ido,
desatar los nudos de lo vivido,
y soltar al viento viejos destinos.
Es abrir la puerta de los olvidos,
donde el tiempo guardó lo que fuimos,
y dejar que fluyan los peregrinos
de memorias, sueños y latidos.
Cada palabra arrastra una cadena,
cada verso desgarra la prisión
de lo que pesa y aún nos envenena.
Es que con tinta y dolor, la razón
se libera, y al fin rompe la pena:
escribir es el arte de la absolución.