Esclavos del Ego
Si hacemos caso al ego, nos volvemos esclavos de cosas que no son esenciales, porque lo esencial es el afecto de los tuyos. Pero el ego, ese susurro insistente, nos hace creer que el brillo de lo externo es más valioso que el calor de un abrazo sincero.
Nos empuja a perseguir el reconocimiento ajeno, a medir nuestra valía en posesiones y éxitos que se desvanecen con el tiempo. Nos arrastra lejos del hogar, lejos de las miradas que nos comprenden sin palabras, lejos del amor que no exige pruebas ni méritos.
Y así, con las manos llenas de lo superfluo, el alma queda vacía. Porque la verdadera riqueza no se exhibe, se siente. No se mide, se comparte.
Solo cuando silenciamos el ego comprendemos que la única esclavitud real es la de olvidarnos de lo que nos hace humanos. Y la única libertad posible es aquella que se encuentra en el amor que damos y recibimos sin condiciones.
