Yace la Tierra bajo el cielo gris,
Agonizante, herida, desangrada.
Sus pulmones se asfixian, su pulso se apaga,
Mientras la sombra de la muerte se cierne sobre sí.
Las selvas se marchitan, los ríos se secan,
Los océanos se ahogan en plástico y veneno.
Las criaturas agonizantes alzan su lamento,
Mientras el silencio de la extinción las acecha.
La humanidad, culpable, observa impasible,
Entumecida ante la devastación que causó.
Demasiado tarde, los gritos de auxilio se elevaron,
Cuando la Tierra, en agonía, ya no puede ser rescatada.
Sólo quedan ruinas y despojos de un mundo bendito,
Despojado de su verdor, su pureza y su gloria.
Una elegía lúgubre a la belleza perecida,
Mientras la última chispa de vida se apaga en la memoria.
¿Qué seremos nosotros, si la Tierra deja de existir?
Meros espectros, sin hogar ni porvenir.
Condenados a vagar en las cenizas del ayer,
Testigos de un apocalipsis que no supimos detener.