El disfraz del poema
No hay peor disfraz para un poema
que el disfraz de poeta,
vestido de palabras rimbombantes,
de metáforas huecas
y flores que no florecen
en la tierra que pisan.
Es un truco vano,
un eco que se oculta
tras un telón de versos,
un artificio que engaña
al que busca lo sincero.
Porque el poema no se viste,
no se decora ni se adorna;
es un grito desnudo,
una herida abierta
que sangra verdad.
Si se enmascara, se pierde;
si se maquilla, se quiebra.
El poema es alma pura
o no es nada,
un susurro que vibra
sin careta ni muralla.
Que nadie lo oculte
bajo disfraces de oro.
Que sea libre,
como el viento que canta
y no sabe del protocolo.
