Los cielos incendiados con lumbre agonizante,
desvelan en su estampa la ruina palpitante.
Las cúpulas de mármol, de estatua y desaliento,
se quiebran con el peso fatal del frío viento.
Los párpados del mundo cerraron su pupila,
y el orbe, en su gemido, se anega y oscila.
Las tumbas olvidadas susurran viejos nombres,
caminan por la brisa espectros sin pronombres.
La sangre de los dioses fermenta en la derrota,
el eco de su risa retumba y se alborota.
Las torres se desploman con ruido de ceniza,
el tiempo es un sepulcro que al fin nos eterniza.