Cuando el sol se despide en el ocaso,
el cielo se tiñe de fuego y oro,
los colores se mezclan sin decoro,
y la paz envuelve todo el paso.
Las sombras se alargan en su abrazo,
el campo respira en quietud serena,
cada hoja susurra su condena,
y el viento acaricia con su lazo.
En el atardecer, pura emoción,
el campo se viste de canción.
Las nubes se visten de arrebol,
reflejando la luz que se retira,
y el horizonte en su calma inspira,
los sueños que se bañan en arrebol.
El murmullo del río es un farol,
que guía la noche en su promesa,
y la luna despierta su belleza,
cuando el día se apaga en arrebol.
En el atardecer, magia y color,
el campo en su esplendor, puro amor.
Los árboles susurran su adiós,
mientras el cielo se apaga en fuego,
los pájaros cantan último ruego,
y la noche se cierne en su veloz.
El campo se llena de un resplandor,
que el ocaso en su gloria le otorga,
y el alma en su quietud se desborda,
ante tanta belleza y candor.
En el atardecer, un dulce son,
el campo se envuelve en su canción.
El crepúsculo pinta en tonos suaves,
el final de un día que se esconde,
y en el campo, la vida responde,
con susurros y cantos de aves.
La noche llega con sus claves,
de estrellas que iluminan el cielo,
y el campo, en su mágico anhelo,
descansa bajo sus alas suaves.
En el atardecer, pura ilusión,
el campo se llena de emoción.