La palabra es un eco que no pasa,
una brisa de duda en el sendero,
un temblor en la sombra que nos abraza.
Es el tiempo que danza prisionero,
el vaivén de lo eterno en su guarida,
un reloj que no marca su derrotero.
Cada paso en la historia es una herida,
un susurro de luz entre la escarcha,
un relámpago en plena despedida.
Y si todo en su curso se despacha,
si el final es tan solo un nuevo giro,
¿qué nos queda al final de la remarcha?
Nos quedamos desnudos en el tiro,
con las manos vacías de sentido,
con la herencia del miedo en el suspiro.
Pero queda el fulgor de lo vivido,
queda el eco de un verbo sostenido,
queda el rastro de un sueño incomprendido.