Te imagino aún,
cruzando la niebla
de una ciudad que inventaste
para que nadie estuviera solo.
Sabías que hablar
es la única forma
de encender luces
en los pasillos del miedo.
Te leo y aún llueve
en la calle de enfrente,
pero tus palabras
siguen abriendo ventanas.
Nos dejaste el hilo
para salir del laberinto,
el cuaderno azul
donde todo empieza.
Y aquí seguimos,
buscando en las páginas
una grieta en el tiempo,
una voz que nos conteste.