Madre, eres raíz y cima,
un río secreto corriendo entre mis días,
fuente inagotable que mana amor eterno.
Tu nombre es canto que florece en mi pecho,
una brisa suave que acaricia las mañanas,
y en la noche, estrella que nunca se apaga.
Tu mirada es abrigo,
luz de hogar encendida en cada recuerdo,
y tus manos, tierra fértil
donde germina el coraje de mis pasos.
A ti vuelvo siempre,
como el mar a su origen,
como la hoja al árbol que la nutre.
En ti aprendí el silencio que consuela,
la risa que sana,
la entrega sin medidas ni promesas.
Madre, eres latido antiguo,
eco de lo esencial,
cántico sagrado que habita mis días
y que el tiempo, en su torpe pasar,
nunca podrá borrar.