En un barrio alegre,
vivían dos grandes amigos,
Sara y Tomás reían,
compartiendo siempre abrigo.
Un día la muerte,
con su manto de estrellas,
se acercó a sus risas,
con voz suave y bellas.
“Hola, pequeños, venid,
tengo un juego especial,
la amistad es eterna,
y aquí no hay final”.
Sara, valiente, respondió,
“¿Acaso temer podemos?
Si siempre estamos juntos,
¡la vida es lo que hacemos!”.
Tomás, con su sonrisa,
asintió y miró,
“Si jugamos con la muerte,
en la risa, aquí está el amor”.
Así, entre cuentos y risas,
la tarde se fue volando,
la amistad no conoce sombras,
y juntos siempre brillando.
La muerte, al final, sonrió,
“Volveré, no temáis,
la amistad es un viaje
que nunca tiene un final”.