Había una vez un niño,
su nombre era Miguel,
con su perro, gran amigo,
llamado Rayo, fiel.
Jugaban en el parque,
persiguiendo un balón,
pero un día la muerte
se acercó con gran razón.
“¡Hola, pequeño amigo!
No temas, ven a jugar,
traeré a tu perrito,
juntos van a pasear”.
Miguel, con gran ternura,
miró a Rayo y sonrió,
“Si vamos a jugar juntos,
¡no hay razón para el temor!”.
Así, entre risas y pasos,
la muerte se puso a ladrar,
y el niño con su perrito
no dejaron de saltar.
Al caer la tarde,
se despidieron al fin,
“Hasta luego, calaca,
ven cuando quieras, ¡si, si!