Tus labios,
brasa encendida en la sombra,
danza de fiebre que estremece la carne
y enreda el deseo
en la urgencia de un roce.
Tu piel,
tierra mojada bajo mis dedos,
se abre como flor al delirio,
dejando escapar un aroma
de luna y marea revuelta.
Nos encontramos en la herida
de la noche sin dueño,
en el latido furioso
de una caricia sin tregua,
en el instante infinito
donde el aire
arde.