Basta tropezar una vez, y el mundo se deshace,
el pie, que confiado anduvo, se torna cauteloso;
la senda, antes clara, se vuelve un mar dudoso,
y el viento trae ecos de lo que no renace.
La pendiente aguarda con su abismo que abrace,
y el alma, temblorosa, se vuelve más medroso;
cada piedra es un juicio, cada paso, un acoso,
y el destino es un filo que al errar nos desplace.
Mas quién no ha caído por la senda quebrada,
quién no ha sentido el peso de un error tan profundo,
que en su huella desate la tormenta callada.
Tropezar nos enseña que en el suelo fecundo
crece, al final del llanto, la raíz olvidada,
y en la caída misma se redime el mundo.
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