Entre caminos de polvo y sol,
viven los arbustos en su humildad,
sin pretensiones ni gran esplendor,
guardan secretos de eternidad.
No buscan altura como el ciprés,
ni flores brillantes para admirar,
pero en su follaje verde y cortés
se esconde el arte de resistir y amar.
Son cobijo en verano abrasador,
y abrigo suave en el ventarrón,
refugio fiel de algún ruiseñor,
y en la sequía, fuente de bendición.
Crecen despacio, sin presumir,
con ramas torcidas y hojas sin fin,
y en su silencio logran decir
que la vida se encuentra en lo sutil.
Oh, arbustos del campo, humildes y fieles,
sois testimonio de lo esencial:
que en lo pequeño también hay cielos
y en lo discreto vive lo inmortal.